viernes, 31 de mayo de 2013

Treinta y siete.

Tenía miedo. Me daba miedo el volver a ponerme delante del papel. Me daba miedo agarrar el bolígrafo de nuevo, por eso de que luego no puedo soltarlo. Qué raro, ¿no? Lo de echarte de menos. Lo de buscar entre las fotos empapadas. Es que me quemo al verlas, por eso cierro el album rápidamente. Por eso nunca me ves con las manos ciegas de recuerdos. Quiero decir, que si algún día esas páginas vuelven a cobrar sentido, espero que no lo hagan para mal. Quiero decir, que pares. Que dejes de ahogarme. Que si quiero cojo mi bolígrafo, y obviamebte no. No lo suelto. No hasta que mis pelos vuelvan a su lugar. No hasta que mis manos dejen de apretar mis piernas. No hasta que pase el verano. No, no, no. No lo suelto. No hasta que mi vida tenga sentido.

viernes, 10 de mayo de 2013

Treinta y seis.

[Carta a una gimnasta]
A la que se pasa la vida buscando la perfección, a la que suda por alcanzar una medalla, a la que se deja la piel hasta que logra sus metas. ¿Alguna vez te dijeron lo mucho que vales? Creo que no. Creo que a veces te subestimas, te ves incapaz. A veces piensas que no estás hecha para esto. A veces te gustaría abandonar, acabar con el dolor físico y mental, dejarlo todo. Pero eres demasiado fuerte. Estás psicológicamente destrozada. Tampoco puedes sostenerte sobre tus pies. Pero sigues adelante. Con ganas de más. Más dificultad, más fuerza, más garra. Con cada paso en el tapiz, te haces grande. Brillas como pocas. Desprendes luz propia. Te encanta buscarte siempre el fallo en los entrenos, pero te gusta aún más el intentar mostrar una expresión artística en el tapiz. Eres de las que se quedan atrás, sin esperar una medalla siquiera. Eres de las que se sienten intimidadas por cualquier otra gimnasta. De las que sueñan con podiums y buscan ser oídas. Ser recordadas. Porque al final, eso es lo que te va a quedar. Los días en los que diste todo por perdido, y tuviste la suficiente fuerza para subir la cabeza y seguir. Las veces en las que tus lágrimas no te permitían ver con nitidez el aparato, y aún así, supiste continuar tus 90 segundos. Recordarás esas veces en las que todas tus compañeras se levantaron y te aplaudieron. Todas esas virtudes que decían que tenías y tú nunca quisiste creer. Esos entrenos bajo la presión de: "mañana reduzco todo esto, a mis 90 segundos". Te mereces alcanzar la gloria tras esos segundos. Te mereces el infinito. Te mereces ser tan grande como demuestras cuando estás a solas. Mereces ser reconocida. ¿No crees? Hay veces en las que solo necesitas buscar una razón para no tirar la toalla. Y ahí está. Tu tapiz, tus punteras, tu ejercicio. Cada gesto va perfectamente sincronizado con la música. Puedes mover una mano y que tiemble el mundo. Cuando tu puntera gana vida propia y se desata de tu pie. Puedes parar el mundo durante escasos segundos. Y dime que no te encanta... Esa sensación de que puedes perderlo todo. Esa adrenalina cuando escuchas tu nombre retumbar en los altavoces. Esas ganas de comerte el mundo cuando pisas el tapiz. No me digas que no te encanta... Y algún día esa especie de alfombra no te servirá de abrigo. Algún día anunciarás tu retirada, con lágrimas en los ojos. Recordando todo por lo que pasaste. Reviviendo aquellos momentos de gloria, y esos otros de rabia. Te darás cuenta de que dejaste todo por seguir tu sueño. Que ni siquiera te importó el dolor. Tampoco te influyó la presión. Supiste cambiar el dolor por arte, y la presión por magia. Y fue bonito. Fue lo que te llenó. Y aunque ahora no puedas imaginarte fuera de ese polideportivo, algún día estarás. Algún día te despedirás de las que fueron tus compañeras de tapiz. Algún día les agradecerás el mundo a tus entrenadoras. Algún día llorarás, y no por lo que lo sueles hacer; llorarás porque se acabará todo lo que un día te hizo sentir persona. Pero, ¿sabes qué? Que hasta que llegue ese día, tú encárgate de disfrutar. Trata de olvidar el dolor. Intenta ser precisa y mágica. Intenta secarte las lágrimas con esa toalla llena de sudor y sigue adelante. Por una vez, siéntete gimnasta; porque estás a noventa segundos de la gloria.