martes, 30 de julio de 2013

Cuarenta y uno.

Y aquí me tienes. Medio a oscuras. Esperando a que la ventana chirríe o algo por el estilo. Con ganas de desaparecer. ¿Pero cómo no voy a abandonarme? Si es que por dentro estoy más destrozada que una vieja casa abandonada. Y me encantaría recomponerme, en serio. Pero todo está en mi contra. Empezando por el viento. Que cuando empiezo a levantarme pedazo a pedazo, me derrumba de nuevo. Y yo ya no puedo más. Necesito aire. Necesito dejar de mirar al suelo. Pero es que soy incapaz, joder. Si hasta las palabras me cuestan. Me cuesta todo. Me faltan ganas, autoestima o yo que sé qué. Pero algo me falta. Y estoy segura de que no lo he perdido. Directamente, nunca lo tuve.

Cuarenta.

No puede ser. Más preguntas por los aires no, por favor. Que me estoy bloqueando. No puedo hablar, pero no quiero callar. Y la primera es la mejor solución. Pero es que con tantas respuestas sin encontrar aún... No sé, yo no soporto ni una pregunta más. Ni una duda. Mi cabeza está a punto de explotar. Y mira que aguanta lo que la echen, eh. Pero esta vez es demasiado. Todo se acumula. Se me mezclan los sueños con las caídas y las inquietudes con las ganas de odiar. No sé cómo salir. No sé ni cómo seguir siquiera. Nada de esto tiene sentido. Y mira que escribo y escribo, para ver si entiendo algo al menos. Pero no. No me entiendo. Todo se oscurece. ¿Dónde están las respuestas? ¿Acaso hay preguntas? ¿He dicho ya lo mucho que me bloquean las interrogaciones? ¿Y por qué sigo preguntando?
Joder, a esto me refiero. Que en mi cabeza todo son preguntas. Pero al igual que siempre, nadie las va a contestar porque son demasiado confusas. Pero vamos, que para confusa yo, y no mis preguntas. Y qué digo, para confusas mis palabras, y no mis preguntas.

Treinta y nueve.

Se apaga el fuego que quema las hojas del calendario. Y el tiempo pasa antes que las palabras. Y se estancan o te estancas. Y qué más da lo que escriba si dentro de tres años nadie sabrá quién soy, por qué escribo. No hay palabras.