viernes, 22 de noviembre de 2013

Cincuenta y uno.

Como cuando se acaba el amor; se funde y lo guardas en una caja de cristal. Contando las notas tocadas por las teclas del piano, que te recuerdan a ella. Mirarla a los ojos y contarla las pecas alrededor de su nariz. Agarrarla de la mano y sentir las cicatrices en sus nudillos. Que a veces fuiste demasiado previsor y te llevaste las ganas al otro lado del mundo. Si fuiste tú quién le daba pequeñas cerezas bañadas en "por qués" que la hacían dudar hasta perder la cabeza. Porque no eras más valiente por dejarte llevar. Y siempre el valor, fue el considerar que hay algo más fuerte que el miedo. Y tú estabas aterrado hasta las entrañas. Que cuando la tapabas los ojos y ella sonreía, tus manos temblaban y no precisamente por el frío. Y que cuando su frente empujaba a la tuya, tus rodillas se doblaban y parecías derretirte a sus pies. Que siempre dijiste que eras valiente, y lo repetías cada día. Pero mírate, que llegó ella y dejaste de considerar que no hay nada más fuerte que el miedo. Claro que tiemblas. Y a juzgar por esas rodillas que se doblan nada más verla, juraría que es por miedo a perderla. Miedo a que se quede en nada, lo que debería ser todo.

jueves, 31 de octubre de 2013

Cincuenta.

Que es cosa del espejo. Al que nunca le caí bien (o es él el que me cae mal). Y de tanto esperar frente a él, acabé volviéndome loca. Que cada pisada me parecía una eternidad. Y una vez que me tumbaba, el mundo me daba vueltas. Que quizás nunca tendría que haber aprendido a desempañar el reflejo de mi desastrosa vida. A veces solo quiero secarme las lágrimas para seguir derramando más. Que no es fácil sobrevivir a una lucha interna. Pero sobre todo, no es fácil sobrevivir a un reflejo diario.

jueves, 10 de octubre de 2013

Cuarenta y nueve.

Para volver a recomponerme. Agarrarte la mano e intentar seguir adelante. Como quitarte la nieve de los zapatos. Eres como un río que no desemboca en el mar. Que a veces pensaba que nunca llegarías a leerme. Pero lo hiciste. Y conseguías que yo quisiera seguir escribiendo. Solo por si tú  volvías a leerme. Solo por si tu cabeza volvía a descomponerse y necesitabas mis palabras. Porque tienes la manía de hacerme soñar para nada. Que ahora ya no sé soñar si no es contigo. Que dejaste de ser uno más hace tiempo. ¿Y es que no lo ves? Que te siento en cada canción, en cada página de mi libro favorita. Que eres como oler un perfume en invierno. Como sentarse en una silla congelada.
Eres como escuchar a The Beatles por primera vez.

sábado, 5 de octubre de 2013

Cuarenta y ocho.

Hoy casi sonrío al espejo y juro que sienta bien hasta quedarse en el casi. Y menos mal que casi nadie me lee la mente. Ahí no sienta tan bien el casi.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Cuarenta y siete.

Las hojas del calendario. Los días, las horas, los minutos. La luna en sus distintas fases. Tus ojos clavados en los míos. Mi canción favorita en la radio. Las ganas de llorar en frente de todo el mundo. Las zapatillas sucias de recuerdos. El sonido que hace tu hermana cuando se duerme. Las lágrimas que te secas con la sábana. Tus padres dándose un abrazo. Escuchar a un niño reír. Tropezarse al caminar por la carretera. Leer un libro que no te gusta. Dejarse las palomitas a medias. Soñar despierta.
Darte cuenta de que la vida pasa. Y los recuerdos, y las ganas, y los momentos. Y que todo lo que un día tenías, ahora solo es pasado. Mirarse al espejo, y darse cuenta de todo lo que dejaste ir.

martes, 10 de septiembre de 2013

Cuarenta y seis.

¿Qué dices? Si ni siquiera yo me entiendo. Si ni siquiera yo sé quién soy. Es decir, ¿a dónde voy? No lo sé. Abro mi cuaderno y cojo mi bolígrafo. Y ahí es donde voy. A perderme entre pensamientos. Pero siempre con mis palabras a medio escribir. Con mis letras que crean y recrean. Esperando que vuelva a llover, para salir fuera y mojarme. Y sentir el agua. Y al menos, sentir algo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Cuarenta y cinco.

Como un laberinto. Como cuando tratas de encontrar un por qué. Como la lluvia en verano y el sol en invierno. Te pierden, se pierden. Como mezclar lo cómico con lo trágico. Es impredecible. Como tomar un bolígrafo sin tinta y pretender que te ayude a escribir. Como sacar un sueño de tu cabeza y querer destruirlo. Cosas que nos atrapan. A veces damos todo por conseguir algo que nunca llega. Siempre hay un "pero". Y yo quiero conseguirlo, pero...

lunes, 19 de agosto de 2013

Cuarenta y cuatro.

Somos recuerdos mal recordados. De los que te atreves a prescindir. De los que duelen y profundizan. De esos que hieren si vienen en forma de canción, y matan si son un puñado de imágenes. Esos recuerdos que no pueden ser todo lo claros que nos gustaría. Demasiadas son las palabras dichas; o quizá demasiadas pocas. Y siempre nos sabía a poco el pasarnos las horas deambulando sin un destino fijo. Pero prometo que nunca pensé que llegaríamos a ser solo recuerdos. Y eso es lo que nos queda; supongo. El recordarnos. Aunque sigamos siendo recuerdos mal recordados. Porque yo te quise más de lo que recuerdas, y viceversa.

sábado, 17 de agosto de 2013

Cuarenta y tres.

El amor es cosa de valientes. Yo se lo dejo a los que están preparados. A los que cubren su corazón con unas cuantas armaduras de acero. Porque el amor no entiende. Amar es dejarse la piel y acabar por tirarse de los pelos. Es un reloj de arena, que se va consumiendo, que se va agotando. Amar va antes que nacer. Y qué desdichado el que dice no amar nada ni nadie. Y qué afortunados los enamorados de los atardeceres, de los grandes campos de amapolas y de la suave brisa del mar. ¡Qué afortunados los enamorados de la vida! Y es que los que aman, viven. Y si viven, aman. Y si amar no deja de ser algo para valientes, es porque todos tenemos ese valor.

viernes, 16 de agosto de 2013

Cuarenta y dos.

Lo que podríamos haber sido. Eso es lo que me asusta. Que aún retumban tus susurros en mis oídos. Y tus ojos siguen grabados en los míos. Me asusta el pensar lo que podríamos haber conseguido. Romper barreras, cerrar límites y acortar distancias. Porque fue asquerosamente fácil pasar de tenerte a dos centímetros de mi cara, a estar a cientos de kilómetros de tí. Y no me digas que no asusta. El recordar cómo me apartabas el pelo solo para verte reflejado en mis pupilas. Y cómo cada noche te sentabas a mi lado esperando que el destino nos trajera algo más que suerte. Asusta. El pensar que podríamos haber volado por encima de las nubes sin un mínimo riesgo de caer al vacío. Podríamos haber sido tan fuertes... Da miedo pensar en lo que podríamos habernos convertido. Y fuiste tú el que con tus palabras me dejó a medias. Con un verano a medias. Con una mirada a medias. Con una palabra a medias. Y asusta pensar que no fuimos porque no quisimos. Y más que asustar: intriga. Porque no quisimos, ni conseguimos, ni fuimos. Nos desvanecimos como las palabras que me susurraste al oído. Y es que podríamos haber sido, pero...

martes, 30 de julio de 2013

Cuarenta y uno.

Y aquí me tienes. Medio a oscuras. Esperando a que la ventana chirríe o algo por el estilo. Con ganas de desaparecer. ¿Pero cómo no voy a abandonarme? Si es que por dentro estoy más destrozada que una vieja casa abandonada. Y me encantaría recomponerme, en serio. Pero todo está en mi contra. Empezando por el viento. Que cuando empiezo a levantarme pedazo a pedazo, me derrumba de nuevo. Y yo ya no puedo más. Necesito aire. Necesito dejar de mirar al suelo. Pero es que soy incapaz, joder. Si hasta las palabras me cuestan. Me cuesta todo. Me faltan ganas, autoestima o yo que sé qué. Pero algo me falta. Y estoy segura de que no lo he perdido. Directamente, nunca lo tuve.

Cuarenta.

No puede ser. Más preguntas por los aires no, por favor. Que me estoy bloqueando. No puedo hablar, pero no quiero callar. Y la primera es la mejor solución. Pero es que con tantas respuestas sin encontrar aún... No sé, yo no soporto ni una pregunta más. Ni una duda. Mi cabeza está a punto de explotar. Y mira que aguanta lo que la echen, eh. Pero esta vez es demasiado. Todo se acumula. Se me mezclan los sueños con las caídas y las inquietudes con las ganas de odiar. No sé cómo salir. No sé ni cómo seguir siquiera. Nada de esto tiene sentido. Y mira que escribo y escribo, para ver si entiendo algo al menos. Pero no. No me entiendo. Todo se oscurece. ¿Dónde están las respuestas? ¿Acaso hay preguntas? ¿He dicho ya lo mucho que me bloquean las interrogaciones? ¿Y por qué sigo preguntando?
Joder, a esto me refiero. Que en mi cabeza todo son preguntas. Pero al igual que siempre, nadie las va a contestar porque son demasiado confusas. Pero vamos, que para confusa yo, y no mis preguntas. Y qué digo, para confusas mis palabras, y no mis preguntas.

Treinta y nueve.

Se apaga el fuego que quema las hojas del calendario. Y el tiempo pasa antes que las palabras. Y se estancan o te estancas. Y qué más da lo que escriba si dentro de tres años nadie sabrá quién soy, por qué escribo. No hay palabras.

viernes, 7 de junio de 2013

Treinta y ocho.

A veces me cambian las palabras. Me descolocan las letras. Y aún así esperan que yo siga escribiendo. Que no frene. Ahora hasta dudo el haber pisado el acelerador en algún momento. Me siento culpable. Por haber seguido por encima de mis límites. Y es que no creo que pueda seguir adelante. Quiero decir, que mis palabras tachadas son ahora más que las leidas. Nada me sale bien, y tacho. Y borro. Y rompo. Y quemo. Mis palabras, las letras que supuestamente llegarán a algún sitio. Supuestamente. Porque me cuesta creer que saldrán de este cuaderno. Y a veces, siento frio cuando estoy al lado del fuego, y siento que me quemo cuando agarro la nieve. Y será por eso. Porque mis palabras se quedan en mi cuaderno, en mi mente. Y siempre rondan por aquí, y hielan, y arden. Parece que no me deshago de ellas. ¿Dónde se supone que empezó todo esto? Creo que ni mi bolígrafo lo sabe. Y mira que guarda historias, eh. Pero no. ¿Tuvo un comienzo? Y lo que es peor, ¿tendrá un final?
No, no, no. Peor aún, ¿alguna vez existió? Quiero decir, todas estas palabras. Quizás sean una manera de sacar fuera lo que dentro no aguanta encerrado. Y quizás esto sea un papel en blanco para tí, y para mí no deja de ser un cúmulo de símbolos que en teoría me sacan adelante. En teoría.
Y unas veces quiero gritar. Y otras veces quiero callar. Pero entre grito y silencio, siempre saco mi cuaderno y mi bolígrafo. Porque, ¿y si no escribiera? ¿Qué sería de mí?

viernes, 31 de mayo de 2013

Treinta y siete.

Tenía miedo. Me daba miedo el volver a ponerme delante del papel. Me daba miedo agarrar el bolígrafo de nuevo, por eso de que luego no puedo soltarlo. Qué raro, ¿no? Lo de echarte de menos. Lo de buscar entre las fotos empapadas. Es que me quemo al verlas, por eso cierro el album rápidamente. Por eso nunca me ves con las manos ciegas de recuerdos. Quiero decir, que si algún día esas páginas vuelven a cobrar sentido, espero que no lo hagan para mal. Quiero decir, que pares. Que dejes de ahogarme. Que si quiero cojo mi bolígrafo, y obviamebte no. No lo suelto. No hasta que mis pelos vuelvan a su lugar. No hasta que mis manos dejen de apretar mis piernas. No hasta que pase el verano. No, no, no. No lo suelto. No hasta que mi vida tenga sentido.

viernes, 10 de mayo de 2013

Treinta y seis.

[Carta a una gimnasta]
A la que se pasa la vida buscando la perfección, a la que suda por alcanzar una medalla, a la que se deja la piel hasta que logra sus metas. ¿Alguna vez te dijeron lo mucho que vales? Creo que no. Creo que a veces te subestimas, te ves incapaz. A veces piensas que no estás hecha para esto. A veces te gustaría abandonar, acabar con el dolor físico y mental, dejarlo todo. Pero eres demasiado fuerte. Estás psicológicamente destrozada. Tampoco puedes sostenerte sobre tus pies. Pero sigues adelante. Con ganas de más. Más dificultad, más fuerza, más garra. Con cada paso en el tapiz, te haces grande. Brillas como pocas. Desprendes luz propia. Te encanta buscarte siempre el fallo en los entrenos, pero te gusta aún más el intentar mostrar una expresión artística en el tapiz. Eres de las que se quedan atrás, sin esperar una medalla siquiera. Eres de las que se sienten intimidadas por cualquier otra gimnasta. De las que sueñan con podiums y buscan ser oídas. Ser recordadas. Porque al final, eso es lo que te va a quedar. Los días en los que diste todo por perdido, y tuviste la suficiente fuerza para subir la cabeza y seguir. Las veces en las que tus lágrimas no te permitían ver con nitidez el aparato, y aún así, supiste continuar tus 90 segundos. Recordarás esas veces en las que todas tus compañeras se levantaron y te aplaudieron. Todas esas virtudes que decían que tenías y tú nunca quisiste creer. Esos entrenos bajo la presión de: "mañana reduzco todo esto, a mis 90 segundos". Te mereces alcanzar la gloria tras esos segundos. Te mereces el infinito. Te mereces ser tan grande como demuestras cuando estás a solas. Mereces ser reconocida. ¿No crees? Hay veces en las que solo necesitas buscar una razón para no tirar la toalla. Y ahí está. Tu tapiz, tus punteras, tu ejercicio. Cada gesto va perfectamente sincronizado con la música. Puedes mover una mano y que tiemble el mundo. Cuando tu puntera gana vida propia y se desata de tu pie. Puedes parar el mundo durante escasos segundos. Y dime que no te encanta... Esa sensación de que puedes perderlo todo. Esa adrenalina cuando escuchas tu nombre retumbar en los altavoces. Esas ganas de comerte el mundo cuando pisas el tapiz. No me digas que no te encanta... Y algún día esa especie de alfombra no te servirá de abrigo. Algún día anunciarás tu retirada, con lágrimas en los ojos. Recordando todo por lo que pasaste. Reviviendo aquellos momentos de gloria, y esos otros de rabia. Te darás cuenta de que dejaste todo por seguir tu sueño. Que ni siquiera te importó el dolor. Tampoco te influyó la presión. Supiste cambiar el dolor por arte, y la presión por magia. Y fue bonito. Fue lo que te llenó. Y aunque ahora no puedas imaginarte fuera de ese polideportivo, algún día estarás. Algún día te despedirás de las que fueron tus compañeras de tapiz. Algún día les agradecerás el mundo a tus entrenadoras. Algún día llorarás, y no por lo que lo sueles hacer; llorarás porque se acabará todo lo que un día te hizo sentir persona. Pero, ¿sabes qué? Que hasta que llegue ese día, tú encárgate de disfrutar. Trata de olvidar el dolor. Intenta ser precisa y mágica. Intenta secarte las lágrimas con esa toalla llena de sudor y sigue adelante. Por una vez, siéntete gimnasta; porque estás a noventa segundos de la gloria.

domingo, 31 de marzo de 2013

domingo, 17 de marzo de 2013

Treinta y cuatro.

Casualmente todas las risas se parecen a la tuya, y eso que la tuya no se parece a ninguna. ¿Te crees que puedo dormirme antes de saber qué forma tiene la luna esta noche? Quizás manías, o quizás solo costumbres. Mamá déjame decirte que me arropes más fuerte hoy, que las estrellas no se ocupan de mí ya nunca más.

Treinta y tres.

Me estoy perdiendo. Ni siquiera he acabado la frase y ya sé que no, que no soy. Que me he perdido entre números y letras. Palabras que me pierden. Palabras que se pierden. Estoy en el punto en el que ni una mueca. Que me construyes un muro delante y ni me entero. Que mi cabeza ya solo piensa un una cosa. Y por eso he terminado en el suelo, otra vez. Pero mírame si ya ni siquiera puedo considerarme persona. ¿Qué me estoy haciendo? Nunca pensé que una misma podría sentirse tan, tan... es inútil; que ya ni las palabras sirven. Que como ya dije antes, me pierden, se pierden. Que difícil es no perderse, pero cuánto más es encontrarse.

viernes, 8 de marzo de 2013

Treinta y dos.

Porque esta vez solo quiero escribir. Quiero que sea una de esas en las que mis palabras ríen. Sin miedo. Sin ganas de abandonar. Simplemente tumbarme en la cama y cantar al olvido. Y es que recuerdo que solía tratar de esconderme tras esa libreta llena de tachones; ahora simplemente viajo, sin rumbo, sin una meta. Con un bolígrafo de tinta inagotable. Y me arropo con la sábana, y ahora estoy a salvo. Entre comillas. Que puede que simplemente quisiera creerlo. ¿Quién decide por nosotros? No lo sé. Pero esta vez será diferente. Sin miedo. Sin esas ganas de abandonar. Que sigo adelante, porque a pesar de estar hecha trizas, esos pedazos aún tienen ganas de vivir.

sábado, 2 de marzo de 2013

Treinta y uno.

Ya empezamos. Ya volvemos a las noches de estar muerta y no poder dormir. Ya volvemos a los días de "no quiero seguir". Ya volvemos a las andadas, a los caminos sin final, a las canciones imprecisas, a los besos sin color. Y es que vamos hacia atrás. Porque retrocedemos a los días de verano tumbada en la cama llorando. Volvemos a esas tardes encerrada en el baño, para que nadie me viera. Otra vez me busco bajo las sábanas de ayer, pero ni rastro de aquel "quiero salir de aquí". Y de nuevo, me vuelvo a buscar entre sueños. Entre tinteros y vinilos. Entre un montón de "¿y si hubiera...?". Pero no me encuentro. No me consigo. Me vuelvo a perder. Porque si fuera por mí, yo ya habría vuelto a las de antes. A las de levantarse a por un vaso de leche a media noche. A las de llegar a casa con ganas de más libros. A las de agarrar la tinta y escribir sobre la fuerza que parecía tener. Y mira que yo solía levantarme. Pero oye, que a veces cambiamos y no siempre para bien. Aunque mirame, nunca hice nada para bien. Y ya empezamos. Con las palabras a medio terminar, perdidas entre sombras de la noche, deseando encontrar una retina que las guarde. Y ya empezamos. Con la rutina de la falta de ganas. Y ya empezamos, solo para que me vuelva de cristal. Solo para caerme y romperme una vez más. Por eso, ya empezamos.

lunes, 25 de febrero de 2013

Treinta.

No me digas que no. No me digas que no recuerdas lo dependiente que soy de mis mangas. Que cuanto más largas mejor. No me cuentes sobre mentiras, que ya soy experta en ello. No me hables de que no recuerdas mis ojeras maquilladas. Porque si no fuera por el frío del invierno, mis mangas no me taparían hasta los nudillos. Y es que si no fuera por esto de que a veces la soledad camina de mi mano, yo no habría conocido eso que llamamos "amiga". Y es que me llenas, me vacías. Me haces quedarme hasta las 3 de la mañana sacando a base de tinta lo que mi boca no se atreve a decir. Porque con esas ganas de dejarlo todo llegué a estar tan alto como ese maldito rascacielos. Y cuánto dolió la caída. Porque todas esas veces que me escondía detrás de mis mangas solo pretendía tapar a alguien que para mi, nunca dejó de ser un monstruo. Y, ¿qué hubiera pasado si me hubiera remangado? Quizás todo esto no habría sido necesario. Quizás todo hubiera sido más fácil. Sin cicatrices, ni marcas, ni lágrimas. Pero olvidamos que la vida, no deja de ser un campo; depende de tí el llenarlo de rosas o de minas.

domingo, 24 de febrero de 2013

Veintinueve.

Por si vuelves a abrir la boca, te dejo mi libreta. Para que me firmes con las palabras que no voy a leer y dejaré desgastarse al viento. Igual que hiciste conmigo.

sábado, 23 de febrero de 2013

Veintiocho.

Llegamos un punto en el que estamos tan perdidos que ni el bolígrafo nos deja vivir. Que dependes de un poco de tinta para seguir adelante. Porque el vaso lo sigues viendo medio vacío, y ya ni siquiera sabes si de verdad alguna vez estuvo medio lleno. Nos matamos por no hablar. Porque callándonos, todo gana sentido. Y es que la duda es si hablar y quedarte más sola aún, o callar y convencerte de que no estás sola. Un alma congelada que no siente nada, solo las heridas que ya acostumbran a pasearse. Es una lucha en la que solo pierdes tú, en la que solo ganas tú. Y dime, ¿qué tal estás? Porque por muchas veces que me respondas, "estoy bien" puedo leer entre líneas. Y a diferencia de los demás, yo no leo por los ojos; yo leo por las cicatrices. Las marcas que dejó un mal pensamiento. Y es que es eso, lo que nos consume. Los pensamientos que le ponen subtítulos a tu vida. Y ya ni en tus pensamientos estás a salvo. Porque qué fácil es callarse, pero cuánto aterra perderse ahí dentro, en tu cabeza. Pero peor que perderse una misma es que otra persona se agarre a tus recuerdos y no te suelte. Ahí ya no puedes cambiar nada. Y es que cuanto más me pierdo, más me entiendo. O quizás es al revés. O quizás es que ya me perdí tanto, que todo da igual. Ya no sé ni que decir. Y peor aún, no sé qué escribir. ¿Son palabras vacías? ¿o son palabras tan llenas que me vacían? Yo qué sé. Pero ojalá que esa hoja se rompiera de una vez sin necesidad de llenarla de palabras que después quemaría. Ojalá.

lunes, 11 de febrero de 2013

domingo, 10 de febrero de 2013

Veintiséis.

Con la sonrisa hecha trizas de mirarse y desgastarse el reflejo. De echarse piropos a si misma y no creerse ni uno.

sábado, 9 de febrero de 2013

Veinticinco.

Es como volver perderse en un laberinto del que ya supiste salir una vez. Estás atrapada, atormentada. Estás completamente hundida. Y es que nos buscamos en los sitios más remotos cuando somos lo más sencillo del mundo. Que si lloro, no es porque me guste, que si río no es porque me apetezca. Como meter palabras sin sentido en un texto; aguja. Todo termina por ser una descolocación de los hechos. Te ves tan reprimida que ni crees que puedes volver a subir la cabeza. Te sientes tan sucia, que hasta podrías vivir en la basura. Y es que quizás no tengas la valentía de tomarte un descanso. O simplemente tu mayor miedo es ser tú misma.

lunes, 4 de febrero de 2013

Veinticuatro.

¿De dónde sacamos esa fuerza? Ya sabes, cuando nos caemos y sin voluntad alguna nos levantamos. Y es que pretendemos buscar razones por las que vivir y nos olvidamos de sobrevivir. Porque nos matamos a nosotros mismos. Somos nuestra propia competició, nuestro propio jurado. Pero si nos rompemos poco a poco, ¿quién se iba a interesar por ello?

miércoles, 30 de enero de 2013

Veintitrés.

Parece que estabais destinados a estar juntos. Y si no lo estabais, al final acabasteis así. Pero chico, cuídala. Porque la haces romperse en pedazos. Porque la haces dudar de sí misma. Y que fácil es mirarla a la cara y destrozarla. Pero que dificil intentar recomponerla. Y que sencillo es hacerla sentir mal, pero que complicado conseguir que todo vuelva a estar como antes. Y es que si tú no estás, ella parece que no puede ni respirar, pero no viceversa.Porque cada noche se tumba en su cama y te piensa. Intenta que sus lágrimas desaparezcan por la mañana, y te va a buscar con una sonrisa que parece iluminar el mundo. Eres tú el que la vuelves loca. La haces perder el sentido. Y es que hasta ayer mismo la tratabas como una princesa, y hoy parece que el trono se lo robaron. Y ella por más que te mira, no te encuentra el fallo. O quizás si lo hace, pero no se atreve a reconocerlo. Y es eso, el miedo. Ese miedo que circula por sus venas. El miedo a perderte o quizás a que tú la pierdas a ella. Porque solo hay una diferencia, y es que ella no te olvidará, y tú probablemente la dejes en el camino. Y es que al final, el número de cicatrices determina lo poco que la quisiste.

martes, 15 de enero de 2013

Veintidós.

Y sales a la calle. Simplemente para que el frío caliente tus venas. Y te sientes pálida, y sola. Y cada vez que intentas avanzar el viento se cuela entre tu piel. Y puedes sentir ese frío. Como al tener ese contacto te hace temblar. Te envuelve en una bola de calor. Te controla el cuerpo como él quiere. Y si quiere verte pálida, así es. Si quiere que seas roja, te vuelves como tal. Y así... El frío te elige. Te escoge y te abraza hasta que pierdes la noción del tiempo y te das cuenta de que estás sola. De que esa soledad no es culpa de la aguja.
Y es que ya podría ser el frío la ausencia de calor, y no al revés.

Veintiuno.

Ella se miraba de arriba a abajo y solo veía a esa pobre niña que camina cabizbaja por la vida. Con esas ojeras que guardan noches pegada a los libros. Esos pelos de "te he soñado esta noche". Esa niña que cuando abre la boca solo lo hace por no parecer muda. Y no es que sea tímida, es que es como llevar un pez a un desierto. Esa que siempre lleva puestas las orejas, para oír cada paso, cada silbido. ¿Sabes de quién te hablo? Por supuesto, esa chica a la que tantas cicatrices le has dejado. Esa niña que se despierta cada noche solo para desahogarse. Y como de costumbre, empapa la almohada. Es su confidente. Como la uña de la carne y la sonrisa de los dientes, dependen la una de la otra. Y es que, ¿cómo no va a desfallecer así? Si cada vez que intenta decirte "te quiero" le pones una excusa. Y ella ya creía que que la ficción le había ganado la partida. Porque por tu culpa está más perdida que un personaje de ficción en una historia real, y viceversa.

Veinte.

Pero, ¿cómo no me voy a ver pequeña? Si es como quemar agua. Nos consume, nos ciega, nos mata. Porque intentamos buscar lo que nunca se encuentra. Y claro, si intentamos caminar tan rápido, al final acabamos siendo cangrejos. Haciendo que un paso hacia atrás sea un logro. Pero siempre tenemos la misma excusa, y es que fue la vida "que es muy puta". ¿Pero como no va a serlo? Si nos pasamos las horas quejándonos del mundo. Hasta del revés todo tiene más sentido. Nos ordenamos. Amueblan nuestra cabeza, con material de primera calidad, pero nos dedicamos a romperlo en lugar de cuidarlo. Y luego nos dicen que por qué no queremos seguir adelante. Y se me ocurre decir que porque ciertos muebles crujen más que aquella puerta de casa de la abuela. Pero intentamos soldar ladrillos rotos en añicos hace tiempo, pero, ¿de qué sirve? Porque nos empeñamos en pintar con azul, lo que necesita rojo y viceversa. Y tantas veces habremos buscado ese final perfecto que ya confundimos hasta nuestra mente. ¿Acaso estoy aquí por algo? No sé, ya ni siquiera sé por qué mis palabras siguen siendo escritas.

Diecinueve.

Tratamos de ahogar palabras. Nos mostramos complices de nuestras propias batallas. Tenemos problemas para todas las soluciones. Nos lamentamos durante horas por un error. Intentamos recuperar un pasado que sabemos que nunca volverá. Pero llega un momento, en el que te asomas por la ventana, y sientes que no eres nadie. Que te pasaste una vida entera intentando olvidar lo que dijiste. Recuperar lo que perdiste. Amar lo que odiaste. Cambiar lo que hiciste. Nuestra vida se basa en mirar al pasado, y alimentarnos de él. Nunca buscamos que el momento presente sea perfecto. Porque preferimos dejarlo pasar y lamentarnos después.

martes, 8 de enero de 2013

Dieciocho.

Trato de escribir en un cuaderno repleto de palabras que parecen carecer de sentido. Parecen ser palabras cansadas de ser escritas. Trato de escribir con las manos vacías de esperanza, pero el pensamiento lleno de emoción. Esa falsa esperanza que me regala el poder ser alguien. Trato de escribir bajo el frío que nos brinda el invierno. Hojas que ya acostumbran a verme tachar, me dan abrigo. Me abren sus brazos y me arropan. Trato de escribir con la certeza de que algún día, leeré tales palabras, y me recordaré a mí misma fallando, cayendo y levantándome. Un bolígrafo con la tinta a medio acabar, cuenta poco a poco, la historia de una chica. Una chica que en lugar de vivir a base de despreocupaciones; sobrevive a base de palabras. Sobrevive a base de papel, bolígrafo y lágrimas.

Diecisiete.

Nada importa cuando tú no importas a nadie.

lunes, 7 de enero de 2013

Dieciséis.

Le mirabas a los ojos y le matabas poco a poco. Pero hasta desde el balcón dónde él te observaba cada día, se podía ver el dolor en tus ojos. Las ganas de abandonarlo todo. Él te trataba cual princesa de la Edad Media. Te soñaba cada noche a su lado, y al despertar, tú hacías cumplir su sueño. Pero tantas velas apagasteis, tantas plantas visteis marchitar, tantas veces os prometistes imposibles, que ya no queda nada. Solo queda un mísero trozo de pan, que dijiste sería como ver acabar lo que un día nos alimentó.

sábado, 5 de enero de 2013

Quince.

Esas cicatrices que tienen una historia. Esas que tú mismo te encargaste de abrir, y nunca se cerraron. Esas heridas que escuecen, que duelen. Esas cicatrices son lo único que me queda de tí. Todo es muy confuso. Esas heridas me mantienen en pie y me derrumban al mismo tiempo. Dejaste que toda esa sangre se derramara. Permitiste que mi dolor aumentara. Claro que recuerdas todo lo que me odiaste. Claro que te acuerdas de todo lo que me dijiste. Pero, ¿recuerdas lo que fuimos?
Ahora sé que nadie podrá hacerme daño, porque ya me rompiste tú entera.