lunes, 25 de febrero de 2013

Treinta.

No me digas que no. No me digas que no recuerdas lo dependiente que soy de mis mangas. Que cuanto más largas mejor. No me cuentes sobre mentiras, que ya soy experta en ello. No me hables de que no recuerdas mis ojeras maquilladas. Porque si no fuera por el frío del invierno, mis mangas no me taparían hasta los nudillos. Y es que si no fuera por esto de que a veces la soledad camina de mi mano, yo no habría conocido eso que llamamos "amiga". Y es que me llenas, me vacías. Me haces quedarme hasta las 3 de la mañana sacando a base de tinta lo que mi boca no se atreve a decir. Porque con esas ganas de dejarlo todo llegué a estar tan alto como ese maldito rascacielos. Y cuánto dolió la caída. Porque todas esas veces que me escondía detrás de mis mangas solo pretendía tapar a alguien que para mi, nunca dejó de ser un monstruo. Y, ¿qué hubiera pasado si me hubiera remangado? Quizás todo esto no habría sido necesario. Quizás todo hubiera sido más fácil. Sin cicatrices, ni marcas, ni lágrimas. Pero olvidamos que la vida, no deja de ser un campo; depende de tí el llenarlo de rosas o de minas.

domingo, 24 de febrero de 2013

Veintinueve.

Por si vuelves a abrir la boca, te dejo mi libreta. Para que me firmes con las palabras que no voy a leer y dejaré desgastarse al viento. Igual que hiciste conmigo.

sábado, 23 de febrero de 2013

Veintiocho.

Llegamos un punto en el que estamos tan perdidos que ni el bolígrafo nos deja vivir. Que dependes de un poco de tinta para seguir adelante. Porque el vaso lo sigues viendo medio vacío, y ya ni siquiera sabes si de verdad alguna vez estuvo medio lleno. Nos matamos por no hablar. Porque callándonos, todo gana sentido. Y es que la duda es si hablar y quedarte más sola aún, o callar y convencerte de que no estás sola. Un alma congelada que no siente nada, solo las heridas que ya acostumbran a pasearse. Es una lucha en la que solo pierdes tú, en la que solo ganas tú. Y dime, ¿qué tal estás? Porque por muchas veces que me respondas, "estoy bien" puedo leer entre líneas. Y a diferencia de los demás, yo no leo por los ojos; yo leo por las cicatrices. Las marcas que dejó un mal pensamiento. Y es que es eso, lo que nos consume. Los pensamientos que le ponen subtítulos a tu vida. Y ya ni en tus pensamientos estás a salvo. Porque qué fácil es callarse, pero cuánto aterra perderse ahí dentro, en tu cabeza. Pero peor que perderse una misma es que otra persona se agarre a tus recuerdos y no te suelte. Ahí ya no puedes cambiar nada. Y es que cuanto más me pierdo, más me entiendo. O quizás es al revés. O quizás es que ya me perdí tanto, que todo da igual. Ya no sé ni que decir. Y peor aún, no sé qué escribir. ¿Son palabras vacías? ¿o son palabras tan llenas que me vacían? Yo qué sé. Pero ojalá que esa hoja se rompiera de una vez sin necesidad de llenarla de palabras que después quemaría. Ojalá.

lunes, 11 de febrero de 2013

domingo, 10 de febrero de 2013

Veintiséis.

Con la sonrisa hecha trizas de mirarse y desgastarse el reflejo. De echarse piropos a si misma y no creerse ni uno.

sábado, 9 de febrero de 2013

Veinticinco.

Es como volver perderse en un laberinto del que ya supiste salir una vez. Estás atrapada, atormentada. Estás completamente hundida. Y es que nos buscamos en los sitios más remotos cuando somos lo más sencillo del mundo. Que si lloro, no es porque me guste, que si río no es porque me apetezca. Como meter palabras sin sentido en un texto; aguja. Todo termina por ser una descolocación de los hechos. Te ves tan reprimida que ni crees que puedes volver a subir la cabeza. Te sientes tan sucia, que hasta podrías vivir en la basura. Y es que quizás no tengas la valentía de tomarte un descanso. O simplemente tu mayor miedo es ser tú misma.

lunes, 4 de febrero de 2013

Veinticuatro.

¿De dónde sacamos esa fuerza? Ya sabes, cuando nos caemos y sin voluntad alguna nos levantamos. Y es que pretendemos buscar razones por las que vivir y nos olvidamos de sobrevivir. Porque nos matamos a nosotros mismos. Somos nuestra propia competició, nuestro propio jurado. Pero si nos rompemos poco a poco, ¿quién se iba a interesar por ello?