lunes, 14 de diciembre de 2015

Un pañuelo negro

Eras tan distinta que se me caían los ojos de tanto mirarte. Perfilada, sonrojada. Te acercabas con pocas ganas de sonreír. Yo también me adelanté dos pasos aunque nunca quise avanzar. Dejando la mirada redonda. Seguimos engañándonos tanto como odiándonos. Y es que a fin de cuentas eres tan parecida a mí que nunca lo acabaré por entender. Más profundo, solo la superficie, demasiado quieta. Un poco más cerca y menos ojos cansados. No es solo lo que se ve. Deja de ser mi reflejo que no quiero ser quien se refleja. Mira más adentro. Mírame cerrando los ojos. ¿Qué es una mirada llena de miedo en un mundo donde el valiente es el que mira? Eres tu propia valentía. Chica, arrópate esta noche que llega el frío y quizás no tengas ganas de otro café. Déjate de tantas mañanas de visitas o tantas visitas de mañana. Respira y que no te quiten el aire. Eres tan distinta que me duelen las legañas y las lunas llenas. Como cuando te pones ese pañuelo negro que no deja vivir al cuello. Que me encanta. Y que lo sabes. Y que siempre sigues llevando. Aunque yo no vaya de la mano. Porque ese pañuelo era tan distinto, y tú seguías siendo tan distinta, y yo te conocía tan bien...

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