lunes, 25 de febrero de 2013

Treinta.

No me digas que no. No me digas que no recuerdas lo dependiente que soy de mis mangas. Que cuanto más largas mejor. No me cuentes sobre mentiras, que ya soy experta en ello. No me hables de que no recuerdas mis ojeras maquilladas. Porque si no fuera por el frío del invierno, mis mangas no me taparían hasta los nudillos. Y es que si no fuera por esto de que a veces la soledad camina de mi mano, yo no habría conocido eso que llamamos "amiga". Y es que me llenas, me vacías. Me haces quedarme hasta las 3 de la mañana sacando a base de tinta lo que mi boca no se atreve a decir. Porque con esas ganas de dejarlo todo llegué a estar tan alto como ese maldito rascacielos. Y cuánto dolió la caída. Porque todas esas veces que me escondía detrás de mis mangas solo pretendía tapar a alguien que para mi, nunca dejó de ser un monstruo. Y, ¿qué hubiera pasado si me hubiera remangado? Quizás todo esto no habría sido necesario. Quizás todo hubiera sido más fácil. Sin cicatrices, ni marcas, ni lágrimas. Pero olvidamos que la vida, no deja de ser un campo; depende de tí el llenarlo de rosas o de minas.

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