sábado, 23 de febrero de 2013

Veintiocho.

Llegamos un punto en el que estamos tan perdidos que ni el bolígrafo nos deja vivir. Que dependes de un poco de tinta para seguir adelante. Porque el vaso lo sigues viendo medio vacío, y ya ni siquiera sabes si de verdad alguna vez estuvo medio lleno. Nos matamos por no hablar. Porque callándonos, todo gana sentido. Y es que la duda es si hablar y quedarte más sola aún, o callar y convencerte de que no estás sola. Un alma congelada que no siente nada, solo las heridas que ya acostumbran a pasearse. Es una lucha en la que solo pierdes tú, en la que solo ganas tú. Y dime, ¿qué tal estás? Porque por muchas veces que me respondas, "estoy bien" puedo leer entre líneas. Y a diferencia de los demás, yo no leo por los ojos; yo leo por las cicatrices. Las marcas que dejó un mal pensamiento. Y es que es eso, lo que nos consume. Los pensamientos que le ponen subtítulos a tu vida. Y ya ni en tus pensamientos estás a salvo. Porque qué fácil es callarse, pero cuánto aterra perderse ahí dentro, en tu cabeza. Pero peor que perderse una misma es que otra persona se agarre a tus recuerdos y no te suelte. Ahí ya no puedes cambiar nada. Y es que cuanto más me pierdo, más me entiendo. O quizás es al revés. O quizás es que ya me perdí tanto, que todo da igual. Ya no sé ni que decir. Y peor aún, no sé qué escribir. ¿Son palabras vacías? ¿o son palabras tan llenas que me vacían? Yo qué sé. Pero ojalá que esa hoja se rompiera de una vez sin necesidad de llenarla de palabras que después quemaría. Ojalá.

2 comentarios:

  1. Palabras. Llenas o vacías, enamora leerlas. Enamora leerte.

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    1. Sean como sean mis palabras, si las lee alguien como tú, ya no necesitan más.

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