martes, 15 de enero de 2013

Veintiuno.

Ella se miraba de arriba a abajo y solo veía a esa pobre niña que camina cabizbaja por la vida. Con esas ojeras que guardan noches pegada a los libros. Esos pelos de "te he soñado esta noche". Esa niña que cuando abre la boca solo lo hace por no parecer muda. Y no es que sea tímida, es que es como llevar un pez a un desierto. Esa que siempre lleva puestas las orejas, para oír cada paso, cada silbido. ¿Sabes de quién te hablo? Por supuesto, esa chica a la que tantas cicatrices le has dejado. Esa niña que se despierta cada noche solo para desahogarse. Y como de costumbre, empapa la almohada. Es su confidente. Como la uña de la carne y la sonrisa de los dientes, dependen la una de la otra. Y es que, ¿cómo no va a desfallecer así? Si cada vez que intenta decirte "te quiero" le pones una excusa. Y ella ya creía que que la ficción le había ganado la partida. Porque por tu culpa está más perdida que un personaje de ficción en una historia real, y viceversa.

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